En el mes de marzo, cuando ya empieza a despuntar la primavera, cuando ya hemos transmutado todo lo antiguo e inservible, o tal vez, cuando hemos devuelto sin juicio alguno al ciclo eterno de creación y destrucción lo pasado, la naturaleza nos propone un interesante árbol: el tomillo (Thymus vulgaris L.)
¿Desde cuándo el tomillo es un árbol? Me contestarán con toda la razón del mundo. Bien, yo contesto ¿quién pone los límites entre lo que se considera un árbol y lo que no? Todo son convenios para entendernos en un lenguaje similar. Pero es que el tomillo se comporta como si fuese un árbol. Es una planta admirable. Especialmente, por su capacidad de adaptación a todo lo que le suceda.
Esta planta tan adaptativa, crece en cualquier lugar -terrenos ricos o pobres-, en cualquier circunstancia -frío, calor-, llueva más o menos, tenga más o menos sol. Si se miran sus agrupaciones, son como bosques en miniatura y los troncos resecos y retorcidos de plantas pequeñas que pueden ser bastante longevas, nos demuestran la fuerza que estos seres manifiestan y la obstinación por vivir. Por lo tanto, en el inicio de la primavera, del “despertar de la vida”, el tomillo nos conferirá fuerza y energía tremendas. De hecho, tendremos que saber manejarlo bien porque algunos quimiotipos son bastante dermocáusticos. Así que esa fuerza, convenientemente empleada, nos ayudará a continuar nuestro proceso anual de forma muy poderosa.
Recomendaciones de uso durante el mes
En el inicio de la primavera, del “despertar de la vida”, el tomillo nos conferirá fuerza y energía tremendas.
Vigilar la dermocausticidad de algunos quimiotipos diluyéndolos correctamente en aceite vegetal.
Lo aplicaremos en unción matinal de cuerpo entero diluido en aceite vegetal (3-5%)
Son especialmente interesantes los quimiotipos ricos en alcoholes (linalol, geraniol, tujanol). Evitar los quimiotipos timol y carvacrol (dermocáusticos).